Amigos de CALYPSO NÁUTICA, les presento a Daniel Bravo Silva.
Un viajero de mares,
un navegante, un loco dirían algunos, un
romántico de la navegación a vela dirán los mas diplomáticos. Es de esos
navegantes que están contados con una mano. Que lo que quieren es NAVEGAR
simplemente.
Cruzó el atlántico en solitario en una cascara de nuez, no
hizo ruido, no buscó auspicio ni sponsor, le contó solamente a su familia y
algunos amigos, no buscó la muerte, busco la vida sin pasaportes.
Les recomiendo mirar primero el siguiente vídeo, de esa manera se harán una idea del por que deben leer este extenso pero adictivo articulo.
Les dejo su historia y sus fotos…
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Introducción
Hace ahora casi dos años compré un barco de 22
pies en Inglaterra, y me lancé al mar sin demasiados preámbulos, en un intento
por navegar desde Inglaterra hasta Chile. Esta es parte de la historia de como
eso no funcionó, y de todo lo que aprendí.
Sobrevivencia
Este capitulo podría llamarse algo como
“financiamiento” o “economía”, pero para ser honesto el asunto es bastante más
complejo y engloba casi todo lo que haces cuando no estás en el mar. La comida,
los repuestos, el agua, la ropa. Por mucho que vivas con lo mínimo, algo
necesitarás.
Cuando Cris y Pablo salieron corriendo del
supermercado en Las Palmas de Gran Canaria robando dos mochilas atiborradas de
lo que sería buena parte de nuestras provisiones para un cruce atlántico, yo no
estaba de acuerdo. Observaba las cámaras de seguridad como anecdóticos adornos,
las puertas del supermercado y el cajero que aun ni levantaba la cabeza. A Cris
y Pablo no los observaba, ellos acababan de salir corriendo de la escena cuyo precario
equilibrio estaba por explotar.
Un segundo después el cajero reaccionó, se puso
de pie, gritó, corrió con poca fe hasta la puerta, algunas señoras emitieron
comentarios en voz baja, el guardia llegó tarde y los alimentos ya estaban más
cerca de mi barco que del supermercado.
Yo no profeso ningún aprecio por las grandes
cadenas de supermercados, sin embargo el fin no justifica los medios y los cien
años de perdón se los dejo a Cris o a quien quiera. Admiré, sin embargo, la
pulcra eficacia y disfruté, muchas millas después, del queso curado y el aceite
de oliva.
En Cabo Verde el racismo está tan bien instaurado
como en cualquier país del mundo y se subentiende que un negro es un empleado
de bajo nivel y un blanco es jefe o turista con dinero (para que los lectores
entiendan, algo similar a lo que ocurre en Sudamérica con los tipos de tez
oscura, rasgos indo-americanos y estatura baja). Nuestros intentos en ese país
comenzaron vendiendo hamburguesas bajo el sol brillante y la arena blanquísima
en la playa, donde los europeos del norte se achicharraban rojitos al sol como
bistecs en la parrilla.
Vendíamos hamburguesas de soya y lentejas, durísimas
las primeras (capaces de quebrarle los dientes a los valientes consumidores),
comibles las segundas, invendibles ambas.
Luego del patético fracaso de nuestro
“emprendimiento” nos dirigimos lógicamente a un restorán, a pedir que nos
dieran las sobras de comida de los cientos de platos que eran retirados sin
tocar de las mesas. El encargado, un negro, nos explicó con sincero pesar que
la administración del resort prohibía el aprovechamiento de cualquier resto,
incluso para los empleados del resort, a fin de evitar que estos tomaran
eventualmente comida no desechada. Los platos se vaciaban en bolsas
transparentes que permitían verificar que la comida se desperdiciaba
apropiadamente y no alimentaba a nadie.
Luego de conocer esta peculiar disposición,
decidimos utilizar nuestra condición racial y entrar campalmente a disfrutar
del buffet bien provisto de los hoteles y resorts, todos bien ambientados en
estilo “Caribe idéntico al natural”. Nadie te hace preguntas, entras caminando
desde la playa y si acaso alguien nota que no llevas la pulserita roja en la
muñeca, con tu color de piel y desenvuelto descaro deberías ser capaz de ocupar
una de las mesas, y sentarte tranquilamente a cenar. Algunos turistas nos
miraban curiosos; probablemente reconocían a los dos buscavidas que un día
atrás se paseaban con sus hamburguesas en oferta por la playa, pero nadie dijo
nunca nada.
Recuerdo una cena en que había música en vivo,
con Cris habíamos ocupado una mesa junto a la piscina y los mozos nos retiraban
con celeridad los platos vacíos que se acumulaban, el ambiente era exclusivo,
la temperatura agradable, la música en volumen moderado,
en fin, era bueno el “Oasis Atlántico”. Para ser gratis, buenísimo.
Preparaciones y varaderos
Comprar herrajes, roldanas o cabos
siempre es caro, moderadamente caro en Europa y prohibitivamente caro en
Sudamérica. Más si el barco necesita un refit mayor,
herramientas y mucho trabajo, mejor vas pensando en una solución creativa.
Andrés es inteligente, dotado de una especie de
instinto de supervivencia, llegó a okupar un lugar en las costas del Capibaribe
y Brasilia Teimosa hace 14 años. Hoy su invasión se conoce simplemente como “O
estaleiro” y probablemente parece una lámpara con insectos alrededor si ves
desde el aire su casa, su galpón y los botes que alrededor de ellos se
acomodan.
Trabaja mucho y sus manos inquietas van todo el
día de las sierras de madera hasta el interior de los botes, donde las piezas
se presentan y apernan de acuerdo a sus medidas precisas, el suelo polvoriento
está eternamente regado de trozos de cuadernas, motores o buzardas de los
barcos de pesca o turismo que se acomodan sobre la arena, entre el galpón y la
ribera, algunas veces flotando, otras varados, dependiendo de la marea.
Las manos de Andrés solo se detienen para prestar
algo que podría catalogarse como “servicio de vigilancia”; En medio de la
jornada deja el taladro o la cinta métrica, toma su celular y da un informe
rápido que es escuchado por un hombre sobre un bote varias millas mar afuera:
-Oi Corua!, La lancha de los federales se está
moviendo, la están sacando del fondeo, y en la lancha de la SEAP ya abordó el
personal, yo creo que también van a salir.
Luego de una pausa asiente con la cabeza para si
mismo y agrega:
-De nada, te aviso si hay algo más.
Afuera, el buzo del “Bom Jesus” sube abordo con
la última carga de langostas extraída ilegalmente antes de que las
embarcaciones fiscalizadoras lleguen siquiera a la boca del puerto.
Luego, Andrés deja el celular y vuelve al tablón
de tres pulgadas que prepara para transformarse en una firme bancada de motor.
Fue en el “estaleiro” donde el Snowgoose recibió
su refit mayor, laminé toda la unión casco-cubierta, fabriqué las burdas y un
babystay y reforcé la estructura interior. Todo gracias a la ayuda y acogida de
Andrés y su familia que me prestaron herramientas, electricidad e incluso algún
plato de comida.
En ese tiempo las cosas se pusieron especialmente
difíciles, estaba en Recife solo y con mi barco detenido, Cris ya había partido
a Bahía y luego a España y mi actividad laboral se estaba complicando.
Había logrado volver al mismo tipo de trabajo que
tenía en Noronha: estibador portuario. Mi función y la de un pequeño ejército
de buscavidas portuarios consistía en alimentar las bodegas de los cargueros
con destino a Noronha con todo tipo de artículos, desde latas de bebida hasta
piezas de automóviles o cilindros de gas. Era un trabajo duro y lo adoraba,
constituía una actividad casi deportiva y los pallets, los charcos, las bitas y
los buques para mí estaban llenos de poesía.
La poesía, sin embargo, se acabó con la aparición
de los federales. Yo era “El gringo”, bien conocido como extranjero y sin visa
de trabajo.
Mi encuentro con los federales terminó en una
oficina con un agente gordo, que auscultaba ocasionalmente su conducto auditivo
con una munición encasquillada de rifle de asalto. El hombre, de panza
prominente y pistola automática al cinto, hablaba de deportación e
irregularidades mientras yo lo miraba aburrido, imaginando si sería el
archivador o la corchetera la amenaza que justificaba su arma y esperando que
terminara su perorata de película gringa.
Mi vida de estibador portuario se había acabado y
aun no había reunido ni una mínima parte de los recursos que necesitaría para
continuar las modificaciones en mi barco.
Con la ayuda de mi amigo Wellington, y buscando
un trabajo lejos de la supervisión fiscal, llegué como camarero a un motel en
la zona sur de Recife. No entraré en detalles escabrosos, sin embargo aquí me
di cuenta que la expresión “Luna de miel”
probablemente hace alusión al
carácter viscoso de los fluidos amatorios y no, según se cree, a la dulzura de
los sentimientos asociados.
Trabajábamos 12 horas diarias corriendo para
limpiar las habitaciones a donde entraban parejas ansiosas y salían amantes
satisfechos. Fue un tiempo intenso y muchas veces agotador que representaba
fielmente la frase de Mariano Suassuna: “El salario es poco pero, en
compensación, el trabajo es mucho”.
Alguna vez nos reunimos una buena cantidad de
trabajadores en una fiesta improvisada a la hora de
almuerzo y Leca, un chico negro de 22 años y complexión enorme,
encargado de limpieza exterior y mantención, ofició de ministro de ceremonias,
vociferando resueltamente mientras sostenía la tercera botella robada de un
frigobar: “¡Yo nací porque reventó un preservativo!, ¡yo nací para reventar!” y
¡plaff!, el corcho de una botella de champaña revotaba en el techo del cuarto
mientras el líquido espumoso que se derramaba sobre los dedos de Leca
regaba el suelo.
Buena parte del plantel continuó su trabajo
alcoholizado aquella tarde.
La promesa del liberalismo es permitir a todos el acceso a la riqueza, por lo tanto debo suponer que
mis colegas del motel eran, naturalmente, culpables de su pobreza. El motel me
permitió ver ejemplos paradigmáticos de la condición base de muchas empresas
modernas. Casi analfabetos, con salarios mínimos, trabajando por años mientras
el dueño del motel tomaba vacaciones en Estados Unidos. Como escribía Hessel
“El liberalismo económico es el libre zorro en el libre gallinero”.
Al cabo de varias semanas de trabajo había
juntado algún dinero, era tiempo de partir y el zarpe se hizo inminente.
Muchos meses atrás, cuando todo esto comenzó,
Brasil me parecía un espejismo, una utopía. Acababa de bajar de un ferry en
Portsmouth luego de observar durante todo el viaje las aguas grises, el viento
y la lluvia del English Channel, tratando de imaginar cómo se vería eso desde
un 22 pies.
Llegué al PHCC (Portsmouth Harbour Cruising Club)
con el dinero justo para comprar un crucerito costero perteneciente a Chris
Hoare. Él me mostró el barco cuyas fotos yo había visto en Internet y cerramos
el negocio. Le entregué todo mi dinero y quedé debiendo 100 libras.
-Y ahora, ¿qué vas a hacer con tu nuevo barco?-,
me preguntó Chris en tono sonriente y trivial.
-Voy a navegarlo de vuelta a Sudamérica-,
respondí yo serio, nervioso, tratando de convencerme a mi mismo.
Se produjo un silencio, yo no tenía dinero, ni
trabajo, ni casa. Chris me miraba a los ojos intentando adivinar si mi
respuesta era una broma Se acabó el silencio y Chris habló al fin:
-Creo que estás loco-, dijo, -pero voy a
ayudarte-.
Seis días después de esa conversación, había
empezado a trabajar para financiar mi viaje.
Era el invierno inglés y yo era un
pescador de almejas en un pesquero que habitualmente tenía la cubierta nevada.
Era un trabajo duro, pero era lo mejor que había hecho en la vida.
Sean Howland tenía 21 años y era el más rápido
seleccionando moluscos en la popa de “El Barco”, su problema eran los ajustes
de cuentas y su sueño llegar a comprarse un equipo “Indoor” para vivir de la
venta de marihuana. El faltaba muy a menudo al trabajo y era recibido a su
regreso con un poco cariñoso: -“Fuck off,
Sean!, I’m running a fishing boat, not a charity!” ((Traducción: Vete a la mierda, Sean!, Estoy corriendo un
barco de pesca, no una obra de caridad))- de parte de Mark Grey, el skipper.
Mark era un gran tipo y siempre me decía, a las
cuatro de la mañana cuando llegábamos a los muelles gélidos: -“aquí no hacemos
nada antes de una taza de té”-. Pero la realidad es que él solo tomaba café y
fumaba como un sicótico. Había vivido en Brasil y se había casado allá, luego
se había separado y vuelto a las frías aguas inglesas. “-¡Este es el mejor
lugar del mundo!-” solía decir desde la oxidada cabina.
Durante esas semanas y con un sueldo más que
decente, empecé a preparar mi barco para el gran viaje. El PHCC me recibió, me
hicieron miembro y sin la ayuda de esos navegantes ingleses no hubiese llegado
a ninguna parte.
Algún buen gestor de proyectos podrá acusarme de
improvisador, de no tener un plan preciso y de lanzarme con márgenes de error
extremadamente pequeños. Alguien podrá decir que esa es la razón por la cual
las cosas no me resultan y, obvio, puede ser cierto.
Sin embargo, si me hubiese sentado a esperar
todas las cartas correctas en la baraja, probablemente nunca hubiese zarpado y
al final todo se resume al consejo de mi amigo Gerald en los tiempos del
mediterráneo: -Si quieres hacer algo en la vida “pose pas trop de questions”
(no te hagas demasiadas preguntas).
Siempre va a haber un buen motivo para postergar,
esperar o planificar más, y ese es el patíbulo de los sueños.
Si quieres empezar a fabricar tu barco o
atravesar tu océano, empieza aunque no veas más allá del primer paso. Siempre
va a ser mejor equivocarse que no intentarlo y ojo, nada de discursos “winner”
para emprendedores, “yuppies” o empresarios, esto lo dice un tipo que al final
estrelló su barco contra las rocas y lo perdió todo.
El Barco
Soy (o fui) ingeniero naval, titulado en la
Universidad Austral en Valdivia, y ésta era la segunda vez que atravesaba el
Atlántico y la tercera que atravesaba la bahía de Vizcaya.
Por mucho que mi viaje pueda parecer una locura
antojadiza y demencial, la verdad es que, desde mi punto de vista, distaba
mucho de eso y no era mi intención quebrar ningún récord ni competir de forma
alguna con nadie, compré ese barco y navegué de esa forma porque me pareció
razonable en función de mis deseos y mi muy limitado presupuesto.
El Pandora International es un crucero costero
diseñado por Van De Stadt, lo cual era una garantía, hasta cierto punto, de que
el barco navegaba. Esto quiere decir que estaba bien equilibrado de rumbo, era
estable, capaz de ceñir y de avanzar razonablemente rápido (para un 22 pies,
por supuesto).
Cuando llegué a comprarlo había hecho una
búsqueda bastante extensiva en Internet y mi principal criterio de compra fue
obtener un barco en “excelentes condiciones”, es decir; capaz de navegar desde
el mismo momento de la compra. Es fundamental estar consiente de que cualquier
barco, sea un racer oceánico de 50 pies, un Swan o un dinghy de
20 pies, necesitará un buen overhaul antes de ir al mar “seriamente”, antes de
transformarse en una vivienda confiable capaz de llevarte de un extremo a otro
del planeta. Por lo tanto, es esencial comprar un barco bien mantenido y bien equipado
para comenzar a modificarlo desde su condición original y no desde un estado de
abandono. La lista de modificaciones que sufrió mi barco es enorme y hasta su
último día, aun habían intervenciones
por ejecutar. “Un barco nunca está listo”.
Entre las modificaciones más relevantes está el
piloto automático de viento. El piloto automático es un aparato demasiado
esencial para confiárselo a la fragilidad de la electrónica y cualquier
crucerista serio tendrá su barco equipado con algún tipo de piloto eólico, los
hay de todos los tipos, desde los más eficaces de timón pendulante hasta los
más elementales, como el mio, de timón fletner o trim tab. Un piloto automático
es un elemento que comprado comercialmente tiene un precio impagable, por lo
tanto es importante ser capaz de fabricarlo uno mismo, más aun cuando debes ser
capaz de repararlo o reconstruirlo en cualquier condición y lugar.
Mi piloto era una copia absoluta del equipo que
llevaba Moitessier en el Joshua y mi única intervención consistió en adaptar
sus proporciones y forma de montaje en mi barco. El equipo consistía en una
barra de acero que conectaba una veleta grande y poderosa a un timón fletner
pequeño, que a su vez, movía el timón principal. Para montar este equipo es
fundamental tener un timón montado en el espejo. Como simple consejo, todo mi
aparato estaba construido en acero corriente, el acero inoxidable es un lujo
carísimo e innecesario, y el acero corriente se encuentra en todas partes, es
fácil de reparar y con una mantención y pintura apropiadas durará casi
eternamente.
Los Pandora International tienen un problema
estructural genérico en la base de los obenques: los cadenotes están montados
en la cubierta y ésta no tiene ningún soporte inferior. Se suma a esto que,
para poder cazar la genoa, los cadenotes no van cerca de la banda sino bastante
entrados y se generan flexiones aterradoras en toda la cubierta del barco
producto de los esfuerzos de la jarcia. Para solucionar este inconveniente,
laminé sendos puntales entre la base de las quillas y la base de los cadenotes
bajo la cubierta. La forma de montaje de estos refuerzos estuvo lejos de ser
producto del azar pero voy a ahorrarles los tecnicismos (lateros) ingenieriles
y trataré de darle prioridad en mi relato a las tormentas, el miedo, la
ilegalidad, las huidas y los detalles escabrosos, sensacionalistas y
atractivos.
Permítanme, no obstante dar algunos consejos no
triviales: junto con modificar la estructura de soporte de los obenques,
agregué burdas y un babystay en mi barco para asegurarme de que la recién
adquirida rigidez no condujera a la rotura de un obenque. Es relevante
considerar que un barco es un conjunto y su rigidez o elasticidad afectan a
todas sus partes.
Mi barco además estaba equipado con un panel
solar de 30 watts que alimentaba una batería y ésta, a su vez, un detector de
radar “merveille” (que me parece imprescindible y mucho más eficaz que un AIS),
las luces de tope y luces interiores tipo LED y un equipo de audio interior con
dos parlantes de computador y un MP3, este equipo dependía de un circuito USB
de 4,5 volts que monté en el barco y fue tremendamente útil. El Snowgoose no
tenía generador ni motor dentro de borda, su piloto automático era
eólico-mecánico, su energía eléctrica era solar y su propulsión exclusivamente
eólica.
La navegación se realizaba sobre cartas físicas
de papel y tenía abordo dos GPS Garmin Etrex básicos, de los cuales obtenía
latitud y longitud. Uno de los equipos estaba en uso y el otro guardado
herméticamente en un tarro de vidrio como backup. Las pilas de estos equipos
duraban eternamente ya que los encendía solo dos veces al día durante breves
minutos.
Si tu barco es pequeño la hermeticidad es un
asunto serio, en mi barco pasaba casi tanta agua por sobre la cubierta como
bajo el casco y por lo tanto tu seguridad depende en buena medida de la
hermeticidad de cada escotilla, cofre de estiba ventana o perno.
Este asunto consumió mucho tiempo y energía e
intentaré ser breve al respecto:
-Laminé toda la unión casco y cubierta por fuera
(no muy bonito, pero muy eficaz).
-Lo mismo con todas las bases de los candeleros y
sepulté sus pernos en fibra de vidrio.
-Desmonté todas las ventanas y las instalé de
nuevo, reselladas con sika.
-Fabriqué tapas herméticas con pernos mariposa
bajo los cofres del cockpit.
-Achiqué la escotilla de entrada principal
alejándola del suelo del cockpit y la monté sobre bisagras (inicialmente era
solo una tapa de madera que se deslizaba dentro de unos recesos).
-Mejoré la hermeticidad de la escotilla principal
con gomas y espumas en las junturas móviles.
-Resellé cada perno, unión, juntura o espacio con
mucha, mucha sika.
-Clausuré la escotilla de ventilación en proa.
-Clausuré el dorade box.
En resumen, hay que pensar el barco como un
objeto capaz de flotar invertido durante un tiempo razonable.
Hablar sobre las modificaciones “varias” de mi
barco podría tomarme muchas páginas, sin embargo, haré un recuento rápido:
-3 ventanas de plexiglas en la cubierta para
observar el aparejo desde dentro.
-Sistema de rueda de gobierno interior.
-Asiento de navegación y observación junto a la
rueda de gobierno interior.
-Refuerzo de la base del enrollador (ocupaba el
enrollador para rizar la genoa, por lo tanto lo sometía a cargas enormes).
-Refuerzos múltiples de todos los machos y hembras
de timón; duplicación del sistema completo de soporte.
-Refuerzo con pernos y pletinas de acero en la
unión de la caña de timón y cabezal de este.
-Fijación y refuerzo de cada elemento interior:
Mesas, cajones, cojines, etc.
Un último tema es la estabilidad y la
configuración de quillas. Es indispensable tener un barco cuya estabilidad sea
positiva en todo el espectro de escoras, esto es, un barco con poca manga, poca
estabilidad de formas y mucha estabilidad de pesos.
No obstante hoy pienso que mi barco ideal sería
un trimarán, para un monocasco el riesgo de volcar es algo que debe
considerarse seriamente.
Respecto a la configuración de quillas es
esencial que éstas permitan dos cosas: varar fácilmente para realizar carenas o
revisar el fondo y ser estructuralmente confiables para no temer constantemente
la pérdida del quillote en ceñidas con mar duro. Cuando se nos soltó el
quillote en la colorina (años atrás…), la sensación fue muy desagradable y
supongo que obtuve una especie de trauma luego de esa experiencia.
Mi barco era un biquilla y me parece que para un
monocasco ésta es la configuración perfecta; la distribución de cargas hace
casi imposible perder un quillote, por más que machaques el barco contra las
olas y, además, mi barco calaba 90 centímetros, esto es óptimo cuando entras a
varar en todo tipo de puertos, ríos o playas.
Se podría hablar del aparejo, de la forma de
tomar rizos, de la configuración de mástil, de las acomodaciones interiores,
pero ya. Me aburrí de tecnicismos y supongo que ustedes también.
Solo déjenme reiterar mi llamado a ser
cuidadosos, reflexivos y racionales con la preparación, pero ni tanto que te
impida zarpar. Un buen 70% de las modificaciones fueron “perpetradas” en mi
barco luego de haber recorrido muchas millas y por lo demás, inevitablemente es
necesario haber navegado mucho para identificar fallas que inicialmente ni te
imaginas.
Papeles y documentos
Viví cuatro meses ilegal en Europa y tres en
Brasil con las visas vencidas, trabajé en cuatro países y nunca tuve visa de
trabajo, mi pasaporte venció cuando estaba en Brasil, nunca tuve ninguna
licencia de navegación ni comprendo la autoridad moral con que la exigen, mi
barco no tenía registro, ni bandera, ni seguro. Por último, detesto la
burocracia.
En resumen, respecto a este asunto, pregúntenle a
otro.
Navegación
Lo bueno del Atlántico es que es predecible, no
completamente, por supuesto, pero es una acogedora extensión de agua donde, si
vas a morir, sabes de antemano dónde es probable que ocurra, esto en el fondo no
sirve de nada porque nadie está ni jamás ha estado preparado para el miedo que
antecede a la muerte, pero desde el punto de vista técnico te da ciertos
lineamientos para evitarla.
La mayoría de las personas que están fuera de la
vela emitían comentarios impresionados respecto a mi viaje: “¿realmente piensas
atravesar el atlántico en un 22 pies?”. Sin embargo, sabía bien que el asunto
era otro; “¿Realmente pienso cruzar Vizcaia en invierno en un 22 pies?”
El asunto se agravó luego de un correo de Felipe
que decía: “porfa, lleva un EPIRB para que sepamos dónde ir a tirar las
flores...”. Para él, llegar a la Coruña o Santander en mi barco (en invierno)
estaba lejos de ser probable. Como navegante, él era mi maestro y había
demostrado muchas veces una locura comparable a la mía. Su correo me dio
escalofríos.
Siempre me llama la atención la distancia entre
las ciudades, sus habitantes y el mar. Lo que para un ciudadano puede ser solo
una fría brisa, para ti, allá afuera puede ser un pequeño (o gran) infierno.
Mi viaje podía dividirse en una serie de etapas:
Primero debía ceñir contra los predominantes del
oeste hacia afuera del English Channel, luego bancarme algunos días de ceñida
en una pierna a través de Vizcaia, todavía con predominantes del weste y llegar
a los variables desde la mitad de Portugal hasta Canarias, atravesar el
Atlántico con la estable hospitalidad de los Alisios del noreste, bajar por la
costa americana peinada de variables y finalmente enfrentar westes o surwestes
huracanados en el extremo sur. De ese plan teórico, a lo que realmente sucedió
durante un año de navegación, hay mucho que decir.
Cuando zarpé de la costa francesa cerca de Brest,
acababa de dejar a mi hermano luego de que el mareo lo obligara a abandonar
prematuramente una aventura que podríamos haber compartido. La bajada de mi
hermano tal vez fue un error, con los meses aprendí que él se hubiese
acostumbrado, todos se acostumbran dentro de los primeros 4 o 5 días de
navegación ininterrumpida. Pero por ese tiempo la mezcla de desnutrición,
hipotermia y humedad no se veía tan bien y mi hermano terminó asumiendo que lo
suyo son las selvas o montañas, pero no los mares. Fue triste, pero tuvo que
partir.
Yo no tenía tiempo que perder, la bahía de
Vizcaia, de ordinario gobernada por surwestes estaba ahora barrida por vientos
estes y norestes, mi cruce sería un largo patinazo de aleta hasta algún punto
al sur de Cabo Finisterre.
Nuestras amigas y navegantes Jese y Gill lo
habían comentado conmigo dos días antes en Dart Marina (Dartmouth):
-¡Hay estes!, perfecto; ¡esto va a ser una sola
planeada!-, celebraba yo.
-Si, hay estes, pero es una fuerza 10 desde el
este...- Objetaban ellas.
-No importa, no hay fetch dentro de la Bahía de
Vizcaia para que una fuerza 10 desarrolle estado de mar, va a ser rápido y
seguro.-
En ese tiempo había logrado convencerme y me
sentía afortunado, no sabía lo equivocado que estaba,. Seis días de “estes” no
podían dejarse pasar.
Lo bueno de las olas de 12 metros, pensaba cuatro
días después observando el fin inminente de mi viaje y eventualmente de mi
vida, es que solo revientan los últimos 4.
40 nudos en aguas someras necesitan poco fetch
para generar mares monstruosos y de cualquier forma la bahía de Vizcaia es un
espacio enorme, suficiente para desencadenar un infierno con cualquier
dirección de viento.
Poca diferencia hacia a esa altura mi recién adquirida experiencia. Había
cruzado en cuatro días y estaba cerca de La Coruña, a pesar de lo cual mi
esperanza se inundaba casi más rápido que mi barco.
Hay distintas teorías, cada libro y navegante
tiene su receta para enfrentar mares o condiciones monstruosas. Hay algunos que
tiran el ancla de mar por popa, otros por proa, algunos prefieren arrastrar
cabos y desconfían del efecto irregular de las anclas de mar, otros izan un
tormentín y corren el temporal hacia sotavento. Por último, están los que
ocupan el tormentín para ceñir y estrellan el barco contra cada ola rompiente
para evitar un broach o un impacto por la banda. Soy de estos últimos y, en
consecuencia, el Snowgoose se sumergía una y otra vez, trepaba unos 8 metros de
ola y cuando la inclinación longitudinal se tornaba insostenible, la pared de
agua de 4 metros que coronaba la cresta de cada ola, se derramaba encima, el
barco se clavaba en la ola y si ponías atención podías ver como desaparecía el
púlpito, luego la base del mástil y una buena porción vertical de este, luego
la escotilla principal y finalmente el cockpit y tú mismo.
Los botes flotan porque tienen aire dentro y
mientras esto no cambie, tu barco vuelve a aparecer, surge del blanco espumoso
como un submarino y continúa navegando.
En la vida absolutamente todo es un problema de
tiempo y esto no era la excepción, el Snowgoose, que en esa etapa aun no estaba
tan bien preparado, tragaba agua en cada inmersión y su hundimiento era cosa de
horas. Sabía como iba a ocurrir, la estabilidad del barco disminuiría, la
velocidad y gobernabilidad se reducirían a cero, el barco continuaría
embarcando agua y mis posibilidades de volver a ver a mi familia y amigos se
irían reduciendo consecuentemente.
Como sea, obviamente sobreviví y, a esa, mi barco
también. Cuando se desató el temporal, timoneé durante 13 horas y llegué a La
Coruña exhausto, empapado y con el barco semihundido. Pensé que este viaje tal
vez era una locura, pero entré en razón, reparé los daños, mejoré los defectos
y, algunos días después, continué. Habían dos cosas que mi barco nunca hizo
realmente bien:ceñir y andar en popa franca.
Cuando navegas paralelo a las costas, lo más probable, dado que los vientos se
alinean con éstas, es que tengas viento de proa o popa. Las ceñidas eran un
desastre simplemente porque un barco pequeño, con poca inercia, se detiene al
impactar contra la ola y las popas no eran mejores porque un barco liviano, al
ser alcanzado por las olas desde popa, es sacado violentamente de rumbo y
termina una y otra vez en una especie de pequeño broach, el piloto automático
intenta corregir este efecto y, en mi caso, descargaba impactos violentos
contra sus soportes al atravesarse y encontrar bruscamente el límite de su
recorrido. Luego solucioné este problema poniendo elásticos en los limitadores
de recorrido de la caña para lograr alguna amortiguación del impacto, pero
entre Canarias y Cabo Verde estos elásticos no estaban y, producto de los
golpes, se cortó la pletina de un macho de timón.
Si pierdes el timón, tu vida se tornará algo
miserable.Tendrás que improvisar un timón de fortuna, olvidarte del piloto
automático y navegar muy lentamente durante los periodos en que no estés durmiendo
o agotado. En mi caso, el timón seguía ahí, sujeto de una forma algo precaria.
Mi barra del piloto automático, concebida como un “tercer” macho de timón aun
lo sostenía. Si la barra de una pulgada de diámetro llegaba a doblarse no solo
se acabaría el timón sino que, incluso llegando a puerto, la reconstrucción
sería un asunto más que complicado. En resumen, la barra quedaría doblada
irremediablemente.
Puedes atravesar océanos en embarcaciones
pequeñas, pero no pueden ser infinitamente pequeñas. Creo que si quieres vivir
con un mínimo de comodidad, el límite ronda los 20 pies, en otras palabras creo
que bajo 20 pies pasas de navegante a constante superviviente, capaz de
atravesar océanos y vivir en el mar por periodos razonables, pero incapaz de
perpetuar el modelo de vida indefinidamente. Mi barco ya era suficientemente
pequeño para que tus movimientos alteraran su curso o equilibrio direccional
bajo piloto automático y, además, el asunto de la inestabilidad direccional
producto de las olas de popa podía tornarse muy desagradable.
Cuando salí de Bahía de Todos los Santos, tenía
que navegar todo Brasil hasta salir de las fronteras casi sin parar. Las
autoridades brasileñas son tan corruptas e ineficaces como en cualquier parte,
pero si por un golpe de mala suerte me agarraban luego de haber huido de la
detención de mi barco en Recife, las cosas podían ponerse dramáticamente feas.
Hacía un par de meses, mis padres habían recibido una llamada del ministerio de
relaciones exteriores solicitándoles que me instaran a abandonar mi proyecto,
los burócratas de Chile y Brasil coincidían con que navegar sin licencia era un
pecado gravísimo y, en vista de esto, tomaron la medida de lacrar mi barco
hasta que consiguiera una licencia o pagara a alguien que la poseyera. Las
consecuencias de mi huida podían ser algo incómodas. No bastándome con uno,
tenía a dos gobiernos cortándome la estela.
Enfrentaba unos 30 días de navegación por delante
y estaba solo de nuevo. Cris había vuelto a Madrid y luego mi compañera Adriana
había volado de vuelta a Coyhaique.
Cubrir toda esa distancia sin compañía y con
pocas paradas podía ser agotador y arriesgado, lo primero probó ser verdad
inmediatamente y lo segundo, unas semanas después, cuando se hundía mi barco,
probó también su veracidad.
Siempre tienes seis días de previsión
meteorológica, después de eso la acumulación de variables indeterminadas que
hace de la meteorología casi una ciencia oculta, se vuelve insostenible. Esos
seis días marcan la frontera desde la cual estás, efectivamente, solo. Un
reporte meteorológico puede considerarse una forma de comunicación, un “apoyo
externo”. A partir del sexto día el peligro aumenta, pero la ansiedad
disminuye. Ya no hay nada “que esperar”, simplemente recibes lo que llega y
haces lo mejor que puedes. Anotas las presiones barométricas, observas el color
de los amaneceres, la dirección y regularidad de las olas (si ésta es muy
regular puedes tener un frente poderoso avanzando hacia ti), el brillo del
cielo, la forma de las nubes, la temperatura del viento... A partir del sexto
día, empiezas realmente a comunicarte con la naturaleza.
Al zarpar de Bahía de Todos los Santos tenía 4
días buenos y a partir del cuarto comenzaba a gestarse un Sur-Sureste intenso y
poco auspicioso, sin embargo, tampoco podía seguir esperando eternamente. La
armada brasileña podía aparecer en cualquier momento, por lo tanto, decidí
zarpar.
Los primeros días fueron excelentes y tuve
avances normales de entre 80 y 110 millas diarias, luego todo cambió. Un día de
inestabilidades, calmas y nubes lluviosas marcó el comienzo de los vientos del
Sur-Sureste. Sabía que tendría al menos 2 días con esta condición, luego el
reporte meteorológico acababa y empezaban las sorpresas. El viento pronto
aumentó a unos 20 – 25 nudos y luego hasta 35 donde se estabilizó. Al tercer
día de ceñidas empecé a preocuparme, estaba avanzando 15 millas diarias en
dirección sur y el barco se golpeaba terriblemente. Cada vez que una ola
enfrentaba la proa del Snowgoose, éste rebotaba hacia el cielo como una pelota
plástica y luego, al caer, la ola ya no estaba y en su lugar solo habían unos
tres metros de aire que separaban a mi barco de la superficie líquida del seno
de la ola. La caída terminaba con un golpe estrepitoso y yo trataba de adivinar
si sería el casco que se deslaminaría primero o los pernos de las quillas que
abandonarían sus anclajes en el próximo impacto. Para ese momento, y sin ningún
atisbo de mejora en las condiciones, estaba muy dispuesto a parar donde fuera y
enfrentar el peligro relativo que representan los uniformados contra el peligro
objetivo del mar violento, pero mi cartografía era pobre para entrar al confuso
archipiélago de Abrolhos que tenía a 130 millas hacia el weste.
Sin más remedio, continué navegando, vivía
encerrado en una coctelera, sin ver la luz del sol en un cielo cubierto de
nubes e imposibilitado de secar absolutamente nada producto de la ceñida eterna
y violenta. En ese tiempo ya tenía, por suerte, mi olla a presión, sin la cual
hubiese sido un buen candidato a comer tallarines crudos.
A pesar de todo, estaba fascinado de asistir una
vez más al despliegue ilimitado del océano. Puedes caminar por la superficie
accidentada y cicatrizada de este planeta y admirarla como el vestigio estático
de una rebelión de los elementos, pero es mucho más difícil y solemne asistir
al momento en que la energía, autora de cada grieta, arrecife o montaña, se
libera, y ahí estaba yo, agradecido, pero también agotado.
A lo largo de los días, la pierna de ceñida,
avanzando al sur y amurado a babor, me fue acercando a la costa. Pasé por fuera
de Vitoria, sin detenerme. Me dio mala intuición su condición de puerto grande,
posiblemente lleno de militares. Algunas millas más al sur, Guarapirim, me
pareció más adecuado.
Es una bahía grande con un río que desemboca
desde el sur, la barra es tranquila y bien protegida. El Shipibo, yate rojo y
regordete, estaba acoderado a un Schooner de turismo y el Snowgoose se acoderó
a su vez al primero. Esa detención fue un alivio, tenía que conseguir agua,
coser la genoa feamente dañada y obtener meteorología para llegar tal vez a Río
o más al sur.
Al este de Río de Janeiro se encuentra “Pampo
Oilfield”, señalizado en la carta náutica como “Area to be avoided” en un
inmenso rectángulo frente a Cabo Frío.
Entre “Area to be avoided” y la tierra, se forma un canal de unas cincuenta
millas.
Ese espacio de agua está saturado de embarcaciones y, arriba, en el aire,
infestado de helicópteros como abejas que van a posarse en alguna de las más de
cien plataformas que chupan la sangre negra y viscosa del fondo marino.
Un Helicóptero Bell Augusta se posa en la
plataforma Petrobras 58 que se erige como un volcán mecánico en el medio del
mar, con sus chimeneas ardiendo.
El rotor aun no se detiene y la pulcra continuidad del fuselaje azul brillante
se rompe al abrirse la puerta, baja un tipo de terno que se mira satisfecho en
el reflejo del aparato.
Una hora antes empalmaron otra secuencia de
tuberías y, al acoplar, 500 litros de crudo cayeron al mar. Pérdida marginal
rutinaria.
Un mes después el Snowgoose y el Shipibo, 120
millas al norte, flotan encalmados en una mancha marrón que huele a aceite
fuera de Guarapirim. Solo, sobre el primero, observo preocupado. Si la mancha
de petróleo no se acaba, luego voy a tener dificultades para todo. El agua
salada es la base de la higiene y la cocina sobre un barco.
180 millas al sur de los dos veleros y
exactamente al oeste de “Area to be avoided” los turistas de Buzios ni se
enteran del cementerio en llamas que se esconde detrás del horizonte. Tienen
suerte, la corriente de Argentina y Brasil viaja hacia el norte, trae aguas
gélidas desde la Antártica, a las cuales Cabo Frío les debe el nombre, y se
lleva las oscuras consecuencias de la extracción de petróleo hacia las mucho
menos turísticas costas de Vitoria.
Observo una manada de ballenas que migran hacia
el sur y me pregunto si ellas sabrán que avanzan hacia un campo minado de
mandriles de perforación subacuática.
Un mes antes y poco tiempo después de su
descenso, el ejecutivo vuelve a subir al Augusta que descansa sobre la
Petrobras 58. Una hora y media de reunión. Se mira en el reflejo nuevamente y
se siente exitoso.
Forma de Vida
Esta mañana, en Santiago de Chile, me duché y
gasté unos 20 litros de agua y 200cc de gas, recogí mi ropa limpia luego de que
una lavadora consumiera unos 300 watts, 30 litros de agua dulce y 50 gramos de
detergente para lavarla. Salí de la casa (de mi padre) y tomé un transantiago
que, solo para ponerse en movimiento luego de la parada, consumió 100 ml de diésel
y exhaló una gruesa nube de humo.
En un tiempo más, Hidroaysén va a inundar buena
parte de la Patagonia chilena y algún magnate nos dirá, con ancha sonrisa e
irónica verdad: -“esto lo hago por todos ustedes”-.
Viví un año en el Snowgoose, en ese tiempo
consumí 30 litros de bencina (para un pequeño fuera de borda de 4hp) y 25
litros de gas en la cocina, además durante todo ese tiempo gasté 3 litros de
detergente, toda mi energía eléctrica provenía de un panel solar y mi consumo
diario de agua dulce era de 2,5 litros.
Hacia el final, comencé a comprimir mi basura en botellas plásticas
(eco-ladrillos) y generaba un volumen de 3 litros de basura no biodegradable
por mes.
Mi vida costaba unos 120 mil pesos mensuales
incluyendo mantención del barco y tenía mucho, mucho tiempo. Leía 3 o 4 libros
al mes y escuchaba música el día entero. No tenía computador ni televisión e
internet solo era un medio de comunicación al llegar a puerto. Era muy feliz.
Un barco como el Snowgoose, equipado para
navegación oceánica cuesta entre 3 y 5 millones de pesos chilenos (comprado y
equipado en Inglaterra), mi Pandora International costo 2,8 millones de pesos y
luego gasté alrededor de 1 millón en equipamiento.
Finalmente, hundí estúpidamente una forma de vida
sustentable y debo trabajar rápido para volver a ella y alejarme del camino
social alquitranado.
Los Navegantes:
Axele y Loyck, Franceses, 26 años él, 25 ella. Un
año de viaje.
-Listo, ¡ni un real más!, con esto tengo que
llegar a Buenos Aires. Exclamo con aire vencedor al dejar una serie de bolsas
con, principalmente, alimento sobre la cubierta de mi barco.
-¿Eso quiere decir que no me vas a comprar mis
mermeladas?, dice Loyck desde el cockpit del Shipibo
Ellos son los más jóvenes que he encontrado y,
por mi parte, soy también el navegante más joven que ellas han visto durante su
viaje, además ostento el cuestionable honor de timonear el barco más pequeño.
El Shipibo es un yate oceánico cuya vocación se
respira en cada detalle. Su mástil se apoya en una jarcia profusa de aquellas
en que los obenques, violines, burdas y babystays nunca parecen suficientes, el
mástil es robusto y corto, su casco metálico de unos 35 pies tiene una manga
excesiva, más estable que rápido y más firme que bonito. En la popa, un arco
sostiene paneles solares y, mas atrás, un piloto automático de timón pendulante
remata su sobrecargada apariencia.
Dentro, ellas decidieron retirar todos los
mamparos no estructurales y transformar el interior en una especie de
dormitorio gigante, su cama está junto a la antigua mesa del comedor que ahora
cumple también la función de velador desproporcionado, el baño y su
compartimento fueron eliminados y en su lugar instalaron un sistema de
calefacción.
Yo me había acoderado durante la tarde al casco
de su barco y en la noche estábamos cenando juntos, sus problemas de
financiamiento eran casi tan serios como los míos y compartimos entre risas
nuestros “emprendimientos” frustrados. Ellos habían sido comerciantes de tela
entre Cabo Verde y Senegal (fueron estafados y el negocio no funcionó),
instructores de vela en el caribe francés y, ahora, vendedores de mermelada de
frutas exóticas (lo cual en Brasil es como venderle café a Colombia, pero en la
Patagonia podría funcionar).
Axele y Loyck tenían dudas sobre la solidez estructural
de su barco y yo les ofrecí una “asesoría”; destapamos las sentinas, observé
las cuadernas, soporte del quillote, base del mástil y las ocasionales marcas
de óxido que no me parecieron síntoma de nada aparte de que el barco era un
tanque sobre dimensionado y que, en el peor de los casos, tendría en el futuro
filtraciones por disminución de espesor de planchaje, pero jamás pérdida del
quillote o daño estructural mayor. Les recomendé algunos refuerzos posibles
pero prescindibles, aunque los entiendo bien, en el mar tu barco nunca te
parece suficientemente robusto.
Ese día me sentí feliz, miembro de un mundo
flotante.
“Faraway” John, edad... no lo sé, viejo, podría
ser mi padre, tal vez mi abuelo... Originario de Estados Unidos, Alaska.
El “Faraway” es un ketch enorme, unos 45 pies de
robusta construcción en madera, dos mástiles del mismo material, quilla
corrida, popa de crucero, básicamente un Legh II o un Suahili en versión
amplificada. Lo fabricó John, quien nunca está quieto, ocupa un sombrero de ala
ancha, bigote y apariencia algo descuidada, una especie de cowboy del mar,
alguien a quien puedes admirar fácilmente.
Fuera del inglés (que tampoco es particularmente claro), todo lo demás lo habla
pésimo y lleva 10 años navegando alrededor del mundo, es un tipo duro que lo
mismo está en cubierta cociendo una vela que pintando la sección más alta del
mástil, trepado con un tarro de pintura y su ropa manchada. John puede hablarte
horas de cualquier océano, corriente, viento o puerto y cada cierto tiempo vuelve
a Alaska, recoge madera muerta que flota en los fiordos semicongelados, la
arrastra con su barco y la lleva hasta la isla donde “vive” y posee un pequeño
aserradero de su propia factura, cuyas fotos te muestra orgulloso. La madera se
transforma en tablas, se comercializa y John vuelve con financiamiento renovado
al mar.
No le gusta navegar solo, aparece en los sitios web tipo “Find a crew” y
habitualmente va acompañado de alguna mujer (criterio estricto de selección) de
edad madura.
Didiera, Hua y los chicos. Son 4, él es francés,
ella china y tienen dos hijos hombres de 7 y 13 años aproximadamente, navegaban
un Canados 44, un antiguo racer de la ultima época IOR, robusto, enorme, rápido
y cómodo.
Yo hago proselitismo de esta forma de vida, sin embargo, es justo citar a
aquellos a quienes no les funcionó. Didier y Hua ya habían construido un
catamarán en Francia, donde residen. No navegaron mucho fuera de algunas
travesías breves cerca de la costa en la bahía de Vizcaia y decidieron probar
suerte, comprar un monocasco grande y salir a recorrer el mundo. En Francia eso
es perfectamente normal y vivir en un barco es tan común como hacerlo en un
departamento o una casa.
Zarparon de Portugal con planes de un cruce atlántico, pararon un tiempo en
marinas confortables en Europa y luego llegó el momento de dar el gran salto
hasta Canarias. Al cabo de algunos días encalmados, con una avería en el motor
y el mal de mar mermando el ánimo y la salud de Hua y uno de sus hijos,
decidieron parar en Marruecos y abandonar la aventura. Cabe mencionar que la
vida en el mar es maravillosa, pero no lo es para todos. Usar ropa lavada con
agua salada, vivir en un ambiente móvil, soportar (y disfrutar) las largas
travesías que pueden volverse monótonas, prescindir del roce social intenso, a
veces, sentir miedo... El mar puede hacerte fracasar, pero yo estoy con Didier
y su familia. Vale la pena intentarlo.
Esta es la transcripción y
traducción textual de un correo enviado 2 días después de volver a Chile, a mis
amigos de habla inglesa:
“Estimados amigos,
Ahora estoy escribiendo básicamente
por dos motivos, primero, quiero dar las gracias y tal vez decir adiós por un
tiempo y, segundo, quiero explicar qué sucedió:
Luego de medianoche (tiempo uruguayo), el 13 de noviembre de
2011 mi EPIRB fue activado y estos fueron los mails que siguieron:
"Sirs,We have received a 406 distress beacon
alert from the sailing vessel Snowgoose, can you confirm if the vessel or
persons onboard need assistance or is the vessel safe and well, an urgent reply
is required to this message.
Regards
UKMRCC Falmouth"
((Traducción:
"Señores, hemos recibido una alerta de
socorro de la baliza 406 de la embarcación a vela Snowgoose, puede confirmar si
el buque o las personas a bordo necesita ayuda o es que el buque está seguro y
bien, se requiere una respuesta urgente para este mensaje.
Saludos
UKMRCC Falmouth"))
Y mi respuesta, algunas horas
después:
"I'm Daniel Bravo, owner and only
crew of the sailing vessel Snowgoose, I activated my personal emergency beacon
because my ship went ashore against the rocky coast of the island "’Lobos’
very near to Punta del Este, Uruguay. The boat was completely destroyed and
lost, but I'm in perfect condition after jumping to the reefs and scape.
I activated the Radio Beacon because I
thought I was alone on this small rocky island, but the lighthouse keeper came
to me when I was walking at 12:30 after midnight. Now I'm on the Lighthouse
keeper's house safe and sound. I'm not hurt and need no further assistance.
I'm very thankful of your help and wish
to express my regret about the activation of the EPIRB, but under the first
circumstances I saw it as necessary.
Kind regards.
Daniel
Bravo Silva
Passport: 16.096.150-3"
((Traducción:
"Soy Daniel Bravo, propietario
y único tripulante del velero Snowgoose, he activado mi baliza de emergencia
personal, porque mi nave encalló en tierra frente a la costa rocosa de la isla
"Lobos" muy cerca de Punta del Este, Uruguay. El barco fue
completamente destruido y se perdió todo, pero estoy en perfecto estado después
de saltar a los arrecifes y escapar.
He activado la baliza de radio
porque pensé que estaba solo en esta pequeña isla rocosa, pero el guardián del
faro vino a mí a las 12:30 de la medianoche cuando yo estaba caminando. Ahora
estoy en la casa de seguridad del faro. No estoy herido y no necesito más
ayuda.
Estoy muy agradecido de su ayuda
y deseo expresar mi pesar por la activación de la baliza de emergencia, pero
dadas las primeras circunstancias pensé que era necesario.
Saludos cordiales.
Daniel
Bravo Silva
Pasaporte:
16.096.150-3 "))
Hoy estoy escribiendo en el
computador de mi padre, en su casa. Estoy en Santiago de Chile. Tengo que
decirlo, ver a mi familia de nuevo es genial. Estoy tranquilo, y describiré lo
que sucedió.
Luego de huir de Recife a causa del
problema no resuelto con los documentos asociados a mi licencia, me vi forzado
a navegar con muy pocas y breves paradas.
Desde Recife a Bahía navegué con
Adriana, ella es una amiga de los tiempos de la Universidad y tomó sus
vacaciones para pasar 15 días conmigo y el Snowgoose. Nuestros días navegando
fueron simplemente perfectos, buena meteorología y días agradables. Una vez que
llegamos, permanecimos en los ríos interiores y distantes, por lo tanto ninguna
patrulla militar rondaba la zona.
Luego empezó la batalla real. De
Bahía a Buenos Aires, Argentina, hay 1800 millas náuticas (aproximadamente un
30% más que un cruce atlántico), lo cual, para un bote de 22 pies es una
distancia y un tiempo razonable, especialmente sin poder parar a descansar.
Navegando en solitario, eso podía
ser desafiante.
Finalmente hice mi camino
apropiadamente y paré muy brevemente en Guarapirim, Río de Janeiro y Río
Grande, pero cuando estaba llegando a Punta del Este, Uruguay, había parado
solo 5 días en los últimos 30, lo cual es bastante trabajo porque cuando navego
en solitario, duermo solo una hora por cada periodo de observación y trimado.
Luego de 25 noches, ese ritmo de descanso estaba teniendo un efecto devastador y
mi cuerpo estaba bajo mucho estrés físico.
Desde el preciso momento en que
salí de las fronteras brasileñas decidí buscar un refugio y permanecer anclado
durante algunos días para dormir. Eso era razonable, pero probó ser mi ruina.
Punta del Este es un puerto
agradable y yo lo conocía bien dado que alguna vez navegué esas aguas en un
mundial de Snipe. Parecía ser el lugar correcto y tenía cartas apropiadas de
él. Empecé a apuntar al canal entre una pequeña isla rocosa y Punta del Este,
bajo piloto automático como siempre, estaba acercándome a mi salvación.
Mi ansiedad y agotamiento estaba
creciendo y en 2 o 3 horas llegaría a la entrada de la bahía. Eran
aproximadamente las 11 de la noche y entré a la cabina, me tendí en la cama
para tomar un pequeño descanso y ese fue mi último error como capitán del
valiente Snowgoose.
Aproximadamente una hora y media
después fui despertado por el sonido terrorífico del impacto de mi barco con
una enorme roca. El barco se detuvo inmediatamente y las siguientes olas empezaron
a aplastarlo contra el roquerío. En ese momento, ya estaba en el cockpit
observando como mi mundo se despedazaba bajo mis pies, absolutamente incapaz de
hacer nada, en dos o tres olas el bote estaba atorado en las rocas,
semiflotando o golpeándose de acuerdo a los ascensos y descensos del mar
indiferente. Todo perdido.
Intenté hacer algunas cosas
estúpidas, como montar el fueraborda y dar marcha atrás, pero para el momento
en que lo había sacado del interior y montado en la popa, la hélice ni siquiera
tocaba el agua, el bote estaba montado en las rocas. Caí en un momento de
profunda depresión, tratando de convencerme de que todo esto no podía estar
pasando, de que no podía ser tan imbécil, pero la realidad era bastante
elocuente.
Luego de algunos momentos de shock,
me di cuenta de que cualquier intento de salvar al barco era inútil y que, de
hecho, mi sobrevivencia no estaba exactamente garantizada. Era urgente
abandonar el barco y trepar en las rocas. Sabía que estaba en la “Isla Lobos”,
pero no tenía idea si había algún habitante en la pequeña isla, esta fue la
razón que me llevo a activar mi EPIRB y disparar dos bengalas rocket, luego
salté a las rocas y empecé a trepar, empapado por el embate cíclico de las
olas, pero los lobos de mar empezaron a aproximarse por docenas, me detuvieron
y forzaron a retroceder intentando atacarme con una agresividad poco
tranquilizadora. Cerrada mi única vía de escape, volví al barco que se
despedazaba, tomé una bengala de mano y con determinación asesina me bajé rugiendo
y saltando sobre los lobos, con la bengala encendida cual jedi blandiendo su
sable laser. Corrí, trepé, salté y seguí corriendo, las rocas mojadas, los
lomos húmedos de los lobos que no alcanzaban a reaccionar, los rugidos de los
machos de la manada y las crías que huían en todas direcciones y que chuteaba
entre la oscuridad y la confusión, configuraban una escena apocalíptica.
Finalmente, la luz de mi bengala se
extinguió, lancé un improperio (uno más) y tiré el cartucho caliente al piso,
miré a mi alrededor y me detuve; estaba en lo alto del islote, algunos lobos me
miraban desde lejos, otros se alejaban, pero ya solo eran unas cuantas decenas
y no una masa densa e impenetrable de carne y bocas como en la orilla.
Entonces, vi tres personas avanzando
con garrotes y linternas, venían a mi encuentro desde el otro lado de la isla,
eran los guardafaros, los tres únicos habitantes de la isla. Me llevaron hasta
su casa. Yo estaba mojado, exhausto, choqueado, deprimido...
Cuando hui del barco obviamente no
tomé nada conmigo, por lo tanto volvimos al día siguiente, con los tres
guardafaros armados con garrotes, buceé en el Snowgoose hundido pero aun
visible entre las rocas y conseguí sacar una mochila con mis documentos
personales, todo lo demás estaba desperdigado entre las rocas o flotando
confusamente dentro del barco, fuera estaban los lobos y las olas y continuar
buceando era peligroso. Perdí absolutamente todo, incluyendo los cuadernos
donde había escrito buena parte de mi viaje.
Un asunto bastante triste.
Las primeras noches (y hoy, al
transcribir este mail debo admitir que esto se prolongó durante varias semanas)
no podía dormir bien, el sonido del bote impactando contra las rocas volvía una
y otra vez a mi cabeza, pero luego empecé a ver las cosas de una forma mas fría
y sabia. Siempre he pensado que ir al mar solo sirve para aprender. Cuando
partí este viaje mi sueño era disfrutar la naturaleza, las cosas simples y
elementales de la vida y desafiarme a mi mismo contra mis propios límites. No
era una competencia, ni siquiera era razonable, de hecho, materialmente
hablando podría haber tomado un vuelo desde Portsmouth a Santiago y asunto
resuelto. Pero no, esa no era la idea. Me había prometido que realizaría mi
proyecto tan lejos como pudiera y que nada, ni las fuerzas armadas nacionales,
ni la falta de dinero, ni la frustración me detendrían.
Finalmente, fue la naturaleza, la
única fuerza poderosa e importante, la que me detuvo. Puedes luchar contra
todo, pero ni intentes hacerlo contra la naturaleza. Si no estoy navegando más,
simplemente es porque ya no hay nada para navegar.
Muy humildemente declaro que hice
lo mejor que pude y si mi cuerpo decidió apagarse en un momento inoportuno
simplemente es parte de la vida.
Si quieres ganar algo tienes que estar
listo para perderlo todo mil veces, pararte, limpiarte el polvo y volver a
comenzar.
Aquí estoy, vivo, feliz y
agradecido por todo, navegué aproximadamente 6.000 millas con mi valiente
Snowgoose y me hice más fuerte y sabio. Mi bote era el más duro de su clase y
la última parte de su vida fue breve, pero honorablemente cargada de acción en
cada segundo.
No me siento avergonzado ni deseo
que las cosas sean diferentes, solo espero tener la fuerza para empezar de
nuevo.
Gracias estimados amigos, gracias
profundamente por todo.
Daniel Bravo Silva
Pd: Espero empezar pronto a
construir mi propio barco, durante el viaje pasé cientos de horas pensando como
sería mi máquina de crucero perfecta y realmente quiero diseñarla y empezar a
construirla. Los mantendré informados.”
Ese correo fue enviado el 17 de
noviembre y debo reconocer que volver a entrar en “este” mundo ha sido más
difícil de lo que esperaba, se acabó la euforia inicial y caí en la realidad
“terrestre”, pero el mar te da, el mar te quita y yo solo quiero volver a él.
Para terminar
Amo el mar no solo porque una tormenta eléctrica
allá afuera es más espectacular que un Huapango en el teatro de Mérida o porque
el rugido del viento es más imponente que una orquesta en el Waldbuhne, lo amo
por su solemne justicia.
Una vez que pones los pies en la tierra, en la
sociedad de mujeres y hombres, vuelves a ser lo que “tienes” o lo que “ganas”,
en cambio allá afuera eres solo tú.
Te puede parecer que un día tienes mala suerte,
que deseas ir al sur y el viento y la ola vienen contra ti, pero el mar te
dirá: “Este es un mal día para ti, pero es un excelente día para todas esas
pequeñas aves que van hacia el norte, espera paciente y resiste”. En el mar hay
espacios y momentos para todos, la ley del océano es hermosa y a él no le
importa el brillo o el tamaño de tu barco.
Si no tienes la energía, o el respeto, o la
fuerza, o la capacidad, el mar simplemente te matará o te quitará todo.